De acuerdo a la OMS, uno de los riesgos que ha traído la pandemia, además de las repercusiones a nivel físico, se encuentra la presencia o exacerbación de los trastornos mentales. Es conocido que condiciones como la depresión y la ansiedad, son los trastornos que más afectan a la población mundial. Sin embargo, en estos tiempos, se agregan otros factores de riesgo como la incertidumbre, el confinamiento, la vulnerabilidad, el temor, los duelos, y en muchos casos, la pérdida del empleo o negocio, entre otros.

En muchas familias ha cambiado la dinámica y se han evidenciado los conflictos que estaban latentes. La convivencia "obligada" ha puesto a prueba la capacidad para gestionar las emociones, manejar el estrés y resolver los conflictos.
En los centros de trabajo, para quiene tienen la fortuna de seguir laborando, la situación es similar. Las y los empresarios se encuentran bajo un estrés constante. Los planes y expectativas han cambiado, por lo que en muchos casos han tenido que empezar nuevamente de cero sus negocios. Los colaboradores experimentan cambios en el estado de ánimo, como irritabilidad y ansiedad. La OIT señala que los trastornos más comunes son los afectivos (depresión, ansiedad y estrés postraumático), y el abuso y dependencia a sustancias tóxicas.
Ante este panorama pareciera que hay poca esperanza. No obstante, existen recursos para prevenir posible alteraciones, o bien, intervenir sobre las consecuencias en la salud mental.
Lo primero sería distinguir ante que circunstancia nos enfrentamos, para poder establecer la estrategia pertinente. Dependiendo del tipo de problema o gravedad del mismo, será la intervención requerida.
Similar al semáforo del que tanto hemos escuchado, existen 3 niveles de intervención: prevención primaria (hacia toda la población), prevención secundaria (grupos en riesgo) y prevención terciaria (personas con consecuencias directas que requieren atención especializada). Las estrategias irán desde medidas de autocuidado y promoción de la salud hasta la intervención psicológica, social o psiquiátrica cuando se necesite.
Las personas suelen obviar la importancia de la salud mental y consideran que ante un trastorno basta con "echarle ganas". Prefieren verlo como algo ajeno a su vida, cuando por ejemplo, la depresión, afecta a más de 300 millones de personas en el mundo.
Todos estamos expuesto a esto. Extraño sería que ante un mundo que ha cambiado y nos ha sacudido, las personas no vivan alguna consecuencia. Nos han enseñado que padecer algún trastorno mental es equiparable a debilidad, pero me pregunto, cuando alguien se fractura un brazo ¿alguien cuestiona la decisión de acudir a un médico para curarlo?, o ¿se le considera débil o raro?. Por qué entonces se pone en tela de juicio el pedir ayuda cuando pasa algo similar a nivel emocional.
Todos tenemos la responsabilidad de cuidar nuestra salud mental. El autocuidado, la familia y la comunidad, juegan un papel fundamental. Preguntarle al de lado cómo está, preguntarse a uno mismo, acercar la ayuda cuando se necesita, acudir a fuentes confiables o profesionales, puede hacer la diferencia entre calidad de vida y el deterioro físico y mental; entre tomar decisiones acertadas o hundirnos en los problemas; e incluso, entre la vida y la muerte.
Publicado en "El Heraldo de León"
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